«Expertos en arquitectura y geografía urbana definen el centro ciudadano como un chillido de «desesperación» que abre una brecha en la «homogeneidad» de la ciudad.
(Diario Sur, Regina Sotorrío)
En el tiempo de la prórroga, a la espera de una segunda y última notificación de desalojo, La Invisible sigue reivindicando su identidad diferencial y única en el ecosistema cultural y urbanístico de la ciudad. Este miércoles lo hizo fuera de su entorno natural, más allá del patio que conecta la calle Nosquera con Andrés Pérez. Con el reto de llegar a aquellos que no suelen cruzar la puerta de la Casa, el encuentro se trasladó en esta ocasión al foro abierto que ofrece el salón de actos del Ateneo. En este contexto, bajo el paraguas de «La Casa Invisible: un nuevo modo de re-habitar y rehabilitar la ciudad», expertos en Arquitectura y Geografía Urbana trazaron un perfil de la Invisible como «un grito» (de desesperación), «una grieta» (en la uniformidad de la ciudad) y una casa que cobija («enseñanzas», entre otras cosas).
Alfredo Rubio, doctor en Geografía Urbana de la UMA, abrió el encuentro estableciento un paralelismo entre el centro social y cultural ciudadano con «El grito» de Munch, donde el gesto desgarrador de un individuo contrasta con los dos señores que al fondo parecen permanecer impasibles. Para Rubio, ese hombre representa a la colectividad, a esa parte de la sociedad que levanta la voz «frente a la desertificación progresiva de la ciudad, que se ha afianzado con el paso de los años». Un grito, añadió, «de desesperación, de no ver salida a nada» y al que se unen artistas, inmigrantes, vecinos del centro, trabajadores en precario y «muchas mujeres». «Una caterva que pone nerviosos a algunos que esperaban vernos con crestas de colores, sucios y desarrapados».
Mantuvo Rubio que La Invisible contrarresta el liberalismo existencial donde nadie se siente concernido por los demás («Aquí nos sentimos concernidos y relacionados») y da respuesta «al derecho a la ciudad» que tienen los habitantes. Ante la situación actual, en su opinión, la única actitud posible es la «bio-lenta»: la de los ciudadanos «que lentamente producen una insurrección destituyente». Porque el desalojo, insistió, no es el final: «No estamos derrotados, ni aunque tuviéramos que irnos del inmueble. El grito expresa fuerzas sociales profundas de múltiple naturaleza (…) Como la cierres, verás como las fuerzas se rebelarán y seguirán ocupando. Volveremos a ocupar».
Ese grito, como argumentó Kike España, doctor en Arquitectura, abre una grieta. La Invisible representa «una forma de agrietar la ciudad para hacerla más habitable». «La estrategia del Ayuntamiento ha sido alisar la ciudad con una pasta homogénea, la de la atracción turística, y esa pasta ha endurecido la ciudad hasta convertirla en un desierto inhabitable donde parece que lo único posible es visitarla». Y apostilló: «Pero hasta la superficie más lisa tien grietas. Siempre se pueden intentar tapar, pero volverán a aparecer».
La Invisible, defendió España, es ese hueco abierto en la uniformidad cultural de la ciudad donde es posible «una nueva forma de juntarse sin disolverse en lo homogéneo, sino manteniendo la multiplicidad». «No se puede eliminar la naturaleza fragmentaria y múltiple de la realidad», dijo. Ha supuesto, detalló, un agrietamiento en el campo de la arquitectura (por esa forma de sus habitantes de entender la Casa y la rehabilitación), pero también de lo legal o de la producción cultural.
Una casa que Luz Fernández-Valderrama, doctora en Arquitectura y profesora de la Escuela de Arquitectura de Sevilla, pisaba por primera vez poco antes del encuentro. Sin haber estado allí, la conocía perfectamente a través de su grupo de investigación y de las tesis y tesinas que ha generado en la Universidad de Sevilla. Por eso, ella quiso ahondar en el significado de una casa donde habitan múltiples «enseñanzas». «Es una escuela de autogestión de la ciudad: de autogestión de una rehabilitación, de autogestión de la vida en común, de un programa y de infinidad de tareas cotidianas que nos han sido raptadas». La Casa, razonó, «es un problema porque no se identifica con lo de fuera y abre una grieta donde es posible ser de otra manera. Y va a seguir existiendo como problema aun cuando consiga la cesión, porque es una manifestación de nuestra incomodidad. Y la incomodidad es necesaria». Solo así, sostuvo, se puede construir otra ciudad diferente.
(Artículo de Regina Sot0rrío; Fotografía de Marcos Álvarez/DiarioSur)